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L@S QUE NO PERDONAN

Como la mayoría de las personas que trabajan conmigo saben, me gusta aconsejarme por psicólogos clínicos, los cuales trabajan en una gran variedad de entornos. La mayoría tienen formaciones en distintas escuelas, y aunque no oculto que soy sobre todo partidaria de la rama cognitivo-conductual, porque he visto sus beneficios en múltiples pacientes tratados por estos profesionales, a veces me gusta adentrarme en terrenos mucho menos conocidos por el público en general, como en el caso de las terapias sistémicas aplicadas a la educación, a las organizaciones o a la familia.

Precisamente uno de estos psicólogos sistémicos me hizo ver el otro día ciertas cosas con respecto al último post que escribí, y con su concepción holística sobre las dinámicas de las relaciones, expresó su preocupación por mi forma contundente de expresarme, por ejemplo en relación con adjudicar al perdón la mayor capacidad de sanación que creo que existe en cuanto al mundo relacional se trata. Sin embargo, es verdad que su crítica constructiva me hizo replantearme ciertas cosas, como por ejemplo aquellos casos en los que las personas, por motivos diversos, no quieren o no pueden realizar una adecuada gestión del perdón. ¿Es el perdón la única forma de sanación que existe? ¿Aquellos que no quieren perdonar están condenados indefectiblemente a permanecer en un limbo de dinámicas tóxicas indisolubles? Voy a profundizar algo más sobre este tema.

Para empezar, hay una gran confusión con respecto a lo que es y lo que significa el perdón. El principal perdón que deberíamos ser capaces de otorgar es a nosotr@s mism@s, pero independientemente de esto, distint@s psicológ@s que como digo he tratado y trato (no es la primera vez que recomiendo a alguna persona que me contacta primero que se ponga en manos de ellos) están de acuerdo en el peligro que resulta de forzar la máquina de alguien con problemas psicológicos y en que hay casos y casos. Por ejemplo: los sobrevivientes de un trauma psicológico extremo, como podría ser un atentado terrorista, ¿deberían perdonar? Está comprobado que el perdón puede ser psicológicamente y físicamente dañino en estos casos, ya que puede poner a las personas en riesgo de abuso y de trauma adicional.

La inmensa mayoría de los psicoterapeutas especializados en trauma han podido comprobar los efectos de la llamada «psicología positiva» y de las cuasi imposiciones de un perdón prácticamente obligatorio por parte de las víctimas de trauma y abuso… Aquí pongo de manifiesto una de las leyes principales por las cuales rijo mi trayectoria profesional y mi vida: el libre albedrío es inquebrantable. Hay gente que no quiere, no está dispuesto o no puede perdonar, y eso debería de ser suficiente para no forzar su voluntad en ningún sentido. Voy a empezar de lo más sencillo a lo más complejo, o de lo más claro a lo más profundo: simplemente, hay gente a la que no se sale de las narices perdonar. ¿Y sabéis lo que os digo?

Pues que eso está muy, pero que muy bien.

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Nadie debe, ni está obligad@ a perdonar si no desea hacerlo. Lo mismo digo con el tema de olvidar: cuando no se puede, la razón está en el gran daño emocional sufrido. Cuanto mayor es el peso en el ánimo del agraviad@ de la afrenta sufrida, más tiempo tarda en su procesamiento, y además esto depende de múltiples factores. Tanto es así, que hay personas que son capaces de perdonar actos gravísimos (violaciones, asesinatos, calumnias, infidelidades…), mientras que otras no pueden perdonar si te olvidas de un aniversario o de un cumpleaños. L@s primer@s pueden procesar y aceptar más rápidamente la experiencia vivida; l@s segund@s van más lento, o puede que no perdonen nunca. Bien porque no lo desean (es su libre elección) o porque permanecen atascados en un universo personal plagado de ira y rencor. Si la gestión emocional no resulta eficaz para procesar esos sentimientos, retroalimentará el recuerdo y con él, el sufrimiento.

Imagen de Pixabay. Perdonar no es excusar el mal realizado, pero a veces resulta imposible.


No se debe perdonar si no se quiere hacerlo. Algunas personas eligen no perdonar, y debemos respetar esa decisión. Se necesita muchísima energía tanto física como mental para protegerse de alguien que te ha hecho daño de verdad, por lo tanto lo más sano es establecer límites y fortalecer nuestros sistemas de apoyo, primando sobre todo nuestras necesidades y convirtiéndolas en prioridad. Aparte, el tiempo y el espacio que se necesitan para reconocer y procesar todas las emociones asociadas, sobre todo cuando ha habido un trauma grave (ira, miedo, resentimiento, vergüenza) son también prioritarios.., y aquí el tema del perdón deberá pasar a un segundo, o tercero, o cuarto lugar. Por otro lado, puede que la víctima del trauma se encuentre en peligro por parte del/la abusad@r, y que perdonarlo lo sitúe en un nivel de mayor victimización. Huelga decir que en este último caso, forzar a un perdón por parte de la víctima resulta absolutamente inaceptable.

De todas formas, hay que tener en cuenta la naturaleza misma del perdón, que nos hace liarnos en muchas ocasiones por la gran cantidad de creencias limitantes que llevamos casi inscritas a sangre en nuestro ADN: por las convenciones sociales, por los tabúes religiosos o de otro tipo, etc. Por ejemplo: perdonar no implica excusar el mal realizado, y precisamente por eso, a veces resulta imposible. En otras ocasiones, el daño hecho es tan profundo que permanece en lo más hondo de nuestro ser de forma crónica, condicionando la forma en la que nos relacionamos con los demás. De esta forma podemos perder la confianza en las personas, volvernos temeros@s, ser víctimas de la ansiedad, de los recuerdos, del insomnio, del estrés postraumático.

Algunos psicólogos, como el célebre Iñaqui Piñuel (especialista en abuso, mobbing y relaciones con personalidades psicopáticas y narcisistas), por ejemplo, niega absolutamente el perdón como herramienta o instrumento de enfoque terapéutico… Para él, dicho perdón se da de forma automática en las víctimas que han conseguido de forma exitosa la curación de sus heridas emocionales, es decir es un efecto, no la causa.

Imagen de Pixabay. El perdón puede convertirse, si es elegido, en una poderosa herramienta para la sanación de nuestras heridas.

Puestas así las cosas, ¿el perdón ayuda? ¿Alivia? ¿Repara? Al margen de consideraciones filosóficas, el perdón no puede convertirse en una especie de «centrifugadora de la memoria», ya que el objetivo principal de una víctima de abuso o de trauma debe ser recuperar cuanto antes el control sobre su vida, haciendo borrón y cuenta nueva y superando las secuelas, que en muchos casos son tan graves que pueden llevar a la persona hasta el suicidio. En cuanto a l@s perpetrador@s, pedir perdón (en el caso de que se haga, que eso es otro cantar) no es suficiente, sobre todo cuando las disculpas no provienen de un arrepentimiento sincero y/o de una reflexión profunda sobre el error cometido. Pedir perdón no es hacer borrón y cuenta nueva, el perdón intelectual sirve de bien poco, por lo que es contraproducente que se lleve a cabo cualquier intento de forzarlo, ya sea socialmente (como por ejemplo, en un grupo religioso) como particularmente. Hay que dejar bien claro que pedir disculpas no exime de responsabilidad o del deber de reparar el daño causado, en caso de que esto sea posible.


Si no estás en el camino del perdón, no te preocupes. El perdón es sanador, sí, y tiene amplias implicaciones en nuestra salud mental y física. Está por ejemplo relacionado a una disminución del estrés, de la ansiedad y aún de la depresión. Sin tanta carga emocional negativa, las personas experimentan un estado mental más equilibrado y positivo, se produce un incremento de la energía vital y un sentido renovado de propósito y de conexión con los demás. Así pues, no hay que perdonar para seguir adelante.., pero aquellas personas que eligen libremente hacerlo, experimentan un salto cuantitativo y cualitativo innegable.

Tod@s tenemos derecho a autogestionar nuestros sentimientos, tener voz y expresar lo que estamos sintiendo o pensando, sin temor a ser juzgad@s… Podemos permitirnos el sentir todo tipo de emociones negativas, y no tenemos por qué perdonar si no es algo que nace en el interior de nuestra alma, nuestra mente y nuestro corazón. De esta forma el camino hacia la superación del trauma y del dolor fluye naturalmente, aunque este perdón no llegue. Y si llega, se convertirá en una herramienta más para mejorar nuestra salud mental y física, en un viaje hacia la liberación personal y la plenitud espiritual, encontrando así la sanación de nuestras propias heridas y de contribuir positivamente al bienestar de tod@s quienes nos rodean.