Ritos de transición: la puerta hacia el Cambio

Antes de volver a hablar sobre el silencio y sus leyes, hago un pequeño paréntesis porque una persona que estimo mucho me ha preguntado hoy mismo qué me llevaba de un fuerte proceso de CAMBIO (así, con mayúsculas) con el que me he comprometido durante los últimos 10 meses de mi vida.

Si me preguntaran en qué porcentaje creo en lo que hago, es decir, en el #CoachingPersonal, contestaría que en un 100%. Desde muy niña me espantaban las cárceles del alma, y tenía algo parecido a un conocimiento innato de las barreras que nos ponemos a nuestra felicidad y a nuestro crecimiento.

Lo mío ha sido, durante esos últimos 10 meses, como uno de los ritos tribales de transición que algunas culturas siguen celebrando en los momentos más significativos de la vida de las personas: cuando pasan de la adolescencia a adultos, o cuando se casan, o cuando tienen un hijo, o cuando se mueren. Desde nuestro punto de vista de padres, hermanos, tíos, sobrinos e hijos de las sociedades millenials, lo de los ritos tribales de paso puede considerarse como una auténtica barbaridad. Vean si no el caso de los indígenas amazónicos que se hacen hombres mediante el ritual de las hormigas bala:

Doloroso, ¿verdad? Pero es posible que, a pesar de lo primitivos que nos puedan parecer, ellos tengan muy clara la noción de que el dolor es parte de la vida.

No el sufrimiento.., que eso ya es otro cantar.

El dolor, como digo, es inevitable. No hace falta que te muerda una hormiga para sentir un dolor profundo y desgarrador. A veces ocurre simplemente cuando te comprometes al cambio y te das cuenta de que tu versión de los hechos es eso tan sólo: una versión. Que si te mantienes en tu papel de víctima, si te ofuscas con el dolor, con aquellas cosas que consideras injusticias o “mala suerte”, si te atrincheras en una posición fija de sabelotodo y tratas de adjudicar a los demás pensamientos, sentimientos, emociones y pretensiones de las que no estás realmente segur@, sigues bloquead@ en tu propia cárcel. Sigues quiet@, congelad@ en un orden mental que seguramente ni tiene razón de ser, ni se ajusta a la VERDAD.

¿Has estado alguna vez en una cárcel del alma?

En mi caso particular, sabía que no podía de ningún modo continuar así. Comprendí que si continúo viendo los hechos desde la perspectiva de la culpa o de la manipulación, arrojo balones fuera y no avanzo. Tuve que reconocer (¡y vaya si me costó!) la poderosa necesidad de RENDIRME a la evidencia: y la evidencia me indica que yo soy ABSOLUTAMENTE RESPONSABLE de las situaciones, y que no puedo evadirme ante esta gran verdad. La justicia y el equilibrio pasan por asumir mi parte en estos escenarios: incluso entendiendo mi contribución a la destrucción, al dolor ajeno, al odio, a la separación, al miedo, a la guerra o al conflicto.., a lo que sea.

Y eso les aseguro que es doloroso: muy doloroso.

La gravedad de esta forma de toma de conciencia no admite peros; el dolor no es lo más importante aquí, aunque es imprescindible para abrir la mente a la comprensión de las consecuencias de los propios actos. Y desde ahí, PERDONAR y PERDONARNOS, con extrema compasión, con extrema paciencia, con extrema comprensión. Para darme desde ahora mismo el permiso para SANAR, para cambiar mi forma de actuar, que constituye mi ACTITUD. Para comprometerme con sumar y renunciar a restar. Para aprender a comunicarme desde la diferencia, y a no entrar en pánico e iniciar un ataque desde la confrontación.

En este estupendo vídeo de seis minutos, Sergi Torres en Mente Sana nos explica de qué forma podemos asumir la responsabilidad de nuestra propia vida, y cómo esa aceptación, que es rendición, nos aleja del abismo de la CULPA:

En estos últimos 10 meses he comprendido, también, que he de empezar por mi propia toxicidad, antes de ocuparme de la de otr@s… He reconocido que debo limpiarme a fondo de creencias autolimitantes, patrones heredados de conducta, reacciones exageradas o violentas, miedos infundados, aprensiones absurdas, traumas no resueltos, conflictos no expresados, dolores no gestionados, silencios ahogados, gritos rotos y hasta amores no correspondidos. He visto con absoluta claridad mi participación en situaciones tensas, que me consumían y que no llevaban a parte alguna. Y he entrado a fondo donde tanto miedo me daba: en el territorio de la VERGÜENZA y de la HUMILLACIÓN que se siente cuando uno se cree inadecuado, ínfimo o imperfecto. Por último, me he enfrentado al dardo hiriente y absoluto del abandono, de la soledad, de la falta de amor, del hiriente silencio que, como un eco de nuestra propia voz, nos escupe a la cara el hecho evidentísimo de que somos totalmente rechazados.

No.., es verdad que no ha sido un camino fácil, y que como rito de transición ha sido muchísimo más largo y duro que lo de las hormigas.., pero era imperativo recorrerlo.

Huyendo del miedo. ¿Reconoces a tu propia Sombra?

Era imperativo porque debía purgarme de mi propio veneno: una hiel amarga que me estaba matando, ya que no sabía reclamar lo que de verdad me nutre. Porque no era capaz de solicitar lo que necesitaba, y porque en vez de alimentarme con eso, opté por tragarme la empalagosa ponzoña de los límites que nunca puse y de la incapacidad de mostrarme al desnudo, tal y como soy. Desde el espacio de sanación protegido que he tenido que abrir para mi durante los últimos 10 meses de mi vida he asistido, como el espectador de una película de terror, a los guiones de una trama que se enredaba y enredaba sin que mi voluntad pudiera hacer nada por evitarlo. Y desde mi butaca, entendí por fin que no podía pedirle al otro que cambie, y que mi única opción era trabajar a pico y pala en aquellas partes oscuras de mí que posibilitaban que esa dinámica perversa me estuviera atrapando sin aparente salida.

Gracias a mi rendición absolutamente voluntaria, conseguí empezar a moverme… Al principio muy despacito, muy poquito a poco, como un polluelo que recién acaba de salir del cascarón. Así, mi energía fue regresando lentamente, me retornaron las fuerzas, y en el punto en que admití que todo tenía que ver conmigo, me dignifiqué a mí misma y dignifiqué a los demás actores en mi conflicto. Me honré, y los honré a ellos: y honrándonos, me liberé del peso de la culpa, del reproche, y pude perdonar.

Hablo en primera persona porque es mi experiencia.., porque nadie escarmienta en cabeza ajena, y porque la vivencia es tan significativa que quiero compartirla. A partir de hoy, todo es nuevo, como si hubiera resucitado en una realidad paralela y completamente ajena a lo que antes había. Y les aseguro que lo que yo he hecho, cualquier persona puede hacerlo: tan sólo basta con proponérselo y tener un poco, un poquitín de valor.

Les dejo con este timelapse del paso de crisálida a adulto de una de las especies de mariposa que más me gustan: la mariposa monarca. ¡Que lo disfruten tanto como yo!